Domingo 12 de Agosto 1990:
Nos levantamos hoy domingo en familia, para ir a misa de once de la mañana en la capilla del Colegio Calasanz, con la expectativa del viaje de la tarde a Quito, donde estoy invitado para participar como psicólogo profesor en la semana de madurez humana del VIII Curso Latinoamericano a Formadores de Seminarios y Casas de Formación. Me acompañaron a despedirme al aeropuerto María Helena y mi mamá, junto con mis hijos Marcel, Claire y Jean. Allí nos encontramos con el padre José Francisco Ulloa, rector del Seminario Central, quien viajaría también conmigo, en su calidad de presidente de la Organización de Seminarios de Latinoamérica, OSLAM, y quien me consiguió la invitación como profesor de este curso. A él también lo acompañaban su mamá y unos hermanos, por lo que nos tomamos una foto antes de partir.
El vuelo hasta Quito fue tranquilo durante esta plácida tarde de domingo y allí nos esperaban en el aeropuerto para llevarnos hacia el sur de la ciudad, a una casa de retiros regentada por unas hermanas franciscanas, quienes han tenido ya por casi un mes a este grupo de aproximadamente setenta padres, sumándonos nosotros para la cuarta y última semana de curso, la cual coincide con la reunión de la directiva de la OSLAM.
El padre Ángel Heredia Mora, actual secretario ejecutivo del DEVYM-OSLAM, a punto de terminar su período de cuatro años, nos recibe con mucha amabilidad y, tras de dejar las cosas en las habitaciones asignadas, nos desplazamos al comedor, en una de las esquinas de esta construcción cuadrada con un gran patio interior. Nos ofrecieron una sopa de pollo y una comida ligera, pues estamos a más de dos mil metros de altura sobre el nivel del mar, y convine comer suave mientras nos vamos habituando.
Al final de la cena me quedé conversando con el padre Luis Alberto Fernández, representante del Cono Sur en la directiva de la OSLAM, mientras caminábamos alrededor del patio central, comentándole de mi viaje mochilero cruzando Suramérica desde Costa Rica hasta la Argentina cuando tenía veinte años. Disfruté mucho de esta plática con este sacerdote argentino tan amable, ya en sus cincuentas, y que me trajo tantos recuerdos de mi relación con mi gran amigo Eduardo y la familia Blanchet, con quienes compartimos durante la secundaria en mi país y visitamos en Buenos Aires a inicios del año de 1971. Ya se hacía tarde en la noche y opté por irme a dormir, emocionado de estar aquí en esta situación tan especial de profesor invitado para impartir un curso de nivel Latinoamericano.
Lunes 13 de Agosto 1990:
Me levanté temprano para ducharme y llegar al desayuno donde fui presentado informalmente ante el gran grupo de padres asistentes al curso, entre los que se encuentran mis dos amigos formadores del Seminario Central, Víctor Hugo Munguía y Ovidio Burgos. Ya en la sala de conferencias me hicieron esperar un rato antes de iniciar con ellos, pues no habían realizado aún la evaluación del curso de la última semana, por lo que llenaron cada uno una hojita y además se expresaron verbalmente de lo que pensaban de las actividades de la semana pasada, incluyendo algunas opiniones negativas, que me pusieron sobre aviso de que eran participantes bastante críticos de aquello que se les está ofreciendo.
Empecé entonces con lo que me correspondía, mostrándoles un albumcito de fotos que me armé antes de venir, para que me conocieran como laico casado y padre de tres hijos, de manera que no me traten como sacerdote, pues todos ellos están acostumbrado a conferencistas sacerdotes o religiosos, por lo que yo resulto una novedad entre ellos. Después les plantee el esquema de la semana, consistente en las tres fortalezas maduracionales propuestas por el psicólogo Erik Erikson de la identidad, la intimidad y la generatividad, las cuales yo he venido utilizando como ejes de toda la experiencia humana, demandando respuestas coherentes a las preguntas de ¿quién soy yo?, ¿con quién estoy yo? y ¿para qué estoy yo?
En este primer día introductorio al curso les pedí organizarse por grupos para trabajar durante las tardes de manera que dialoguen juntos sobre las propuestas temáticas de la mañana. En los recesos fui conociendo a algunos de ellos, como al padre Jaime Barrera, de Panamá, o a Ricardo Gómez, de los Misioneros Guadalupanos de México. Hay personas de todas las edades, incluyendo algunos padres ya septuagenarios, uno de los cuales se portó muy amable conmigo.
Conforme fue pasando el día me sentí muy bien aceptado por el grupo. Sin embargo, la jornada resultó muy cansada y, tras el rezo de vísperas en la capilla y la cena, procuré retirarme a mi habitación para acostarme temprano y reponerme del desgaste del día.
Martes 14 de Agosto 1990:
Me costó levantarme en la mañana para pasar a la ducha, aunque a partir del desayuno me fui reanimando poco a poco. Desarrollé durante la jornada matutina los procesos que he venido realizando en mis clases de la universidad sobre la autoestima y las relaciones interpersonales, aplicados a la realidad de la formación en las áreas humana y comunitaria en los seminarios.
Por la tarde, después del almuerzo y de una siesta que estaba necesitando mucho, dejé a los padres en su dinámica de diálogos grupales y un chofer me llevó al centro de la ciudad de Quito para conocer un poco de esta ciudad que visito por primera vez. Me gustó mucho estar en la plaza central y tomarme un par de fotos frente al palacio presidencial y la catedral, en una tarde soleada y bonita. Sin embargo, para la hora del regreso me sentía agotado y hasta con un poco de dolor de cabeza, que los padres atribuyeron al “soroche” por encontrarme aún en las primeras cuarenta y ocho horas de aclimatación a la altura de esta ciudad andina. Por esta razón, cené especialmente suave y me retiré a dormir muy temprano, confiando en poderme reponer durante las horas del sueño para seguir adelante con el trabajo requerido.
Miércoles 15 de Agosto 1990:
Gracias a Dios amanecí sintiéndome mucho mejor y procedí a levantarme para iniciar un nuevo día de pláticas, en el que desarrollé la temática del estrés en la misión sacerdotal, resultando de mucho interés para los padres, quienes cada vez se manifiestan más apreciativos del curso que les estoy ofreciendo. Yo admiro cómo se han aclimatado a esta altura de Quito, pues a mediodía se van a jugar futbol mientras que yo requiero de mi siesta para apenas sobrevivir el día. Entre mis nuevos conocidos están un padre argentino joven Alejandro Jorge Alejandro Bóttoli, ordenado en el año 84, y el padre brasileño André Marmilicz, quien me parece especialmente cálido y acogedor. También me agrada cómo otro de los padres brasileños, Aloisio, toca la guitarra y dirige cantos muy alegres, incluyendo una versión en portugués de Cielito Lindo.
Hoy tuvimos una eucaristía solemne al terminar la tarde por el día de la Asunción de María, presidida por un obispo quiteño, y me pidieron realizar una de las lecturas, lo que siempre quedará en mi recuerdo, pues le pedí a un padre que me tomara una foto mientras leía en el ambón, junto a un altar especialmente adornado y con las banderas de todos los países participantes. Yo me sentía privilegiado de encontrarme entre este grupo de sacerdotes que representan a unos quince países latinoamericanos, siendo el único laico entre ellos. Terminé el día muy contento, en vísperas de terminar mi curso, y recibiendo ya expresiones de mucha gratitud por parte de los padres asistentes, con quienes me he sentido muy a gusto. Tuve un ratito de oración personal antes de dormir y también le di las gracias al Señor por haberme permitido participar de esta experiencia tan especial.
Jueves 16 de Agosto 1990:
Empecé el día con la expectativa de cerrar bien este curso que me han pedido por primera vez en el ámbito latinoamericano, y me dediqué durante la jornada a comentar los aspectos de la formación afectiva para la vivencia del celibato, así como la necesidad de promover la práctica de la fraternidad en los seminarios.
Les describí en detalle la experiencia recién iniciada este año en el Seminario Central de Costa Rica de los Grupos de Vida, de manera que no me quedara sólo en palabras, sino que pude ofrecerles un testimonio concreto de este tipo de vivencia fraternal, lo que despertó bastante interés por parte de algunos de ellos de llevarlo a la práctica también en sus propios seminarios.
En el receso de la mañana estuvimos compartiendo con un grupito de los más amigos en el patio central, junto a una fuente, donde nos tomamos una fotografía, en la que aparecen también lo curas ticos Víctor Hugo Munguía y Ovidio Burgos. El padre Alejandro Bóttoli me regaló una tarjetita de su ordenación sacerdotal, en la que me escribe que estaremos unidos en el Señor, y otro padre mayor me entregó un poema escrito por él, diciéndome que se ha sentido muy identificado conmigo durante esta semana. Todo esto me llena de mucha satisfacción y gratitud hacia ellos que me han acogido con tanta amabilidad.
Concluimos hacia el final de la tarde y, mientras los participantes se quedaban evaluando no sólo mi curso, sino la experiencia total de las cuatro semanas que han compartido sobre las áreas espiritual, académica, pastoral y humana en la formación sacerdotal, yo me despedí para partir hacia la ciudad de Quito con Boris Ortiz, uno de los hermanos de la Comunidad “Jesús es el Señor”, que también forma parte de la Espada del Espíritu, como nuestra Comunidad “Árbol de Vida” en Costa Rica. Con Boris paramos a tomar una foto en el sitio donde nace el río Amazonas, justo donde inició su viaje explorador el descubridor de éste, Francisco de Orellana.
Los hermanos de la Comunidad en Quito se responsabilizaron por hospedarme, junto a Luis Diego Solórzano, otro hermano de mi Comunidad en Costa Rica, quien está en un viaje de trabajo por acá, ubicándonos en la casa de la familia de Eduardo Gamboa, hermano de Patricio Gamboa a quien conocía de antes. Por la noche, el coordinador mayor, Jorge Espinoza, con quien ya había compartido en mis años de vida comunitaria en Michigan, organizó una reunión festiva para atendernos a Luis Diego y a mí. Pasamos un rato muy ameno cantando canciones de nuestros países e incluso nos mostraron algunos de sus bailes típicos. Nos acostamos cansados pero eufóricos con todas estas vivencias eclesiales y comunitarias.
Viernes 17 de Agosto 1990:
Hoy nuestro hermano Jorge Espinoza nos había organizado un día especial de paseo a Luis Diego y a mí. Nos acompañó también otro de los Patricios de la Comunidad “Jesús es el Señor”, Patricio Moscoso, quien había sido jugador de fútbol de primera división en el Ecuador, y a quienes aquí llaman “Patos”.
Empezamos deteniéndonos en el pueblo que resultó más afectado del terremoto ocurrido hace apenas unos pocos días en esta región Ecuatoriana (justo cuando los padres del curso habían terminado su tarde de confesiones, por lo que decían que la liberación de tantos pecados había sido el detonante de este evento tectónico). Jorge, como ingeniero, nos explicó la forma en que durante el sismo se habían falseado los muros de la iglesia y de muchas otras casas en este pueblo, lo que nos resultó impresionante al presenciar de primera mano esta escena de devastación.
De allí seguimos hasta el monumento de “La Mitad del Mundo”, erigido en el sitio exacto en el que el planeta tierra se divide en hemisferio norte y hemisferio sur, por lo que uno puede poner un pie a cada lado de esta línea divisoria, literalmente con un pie en cada hemisferio. Allí nos quedamos a almorzar en un restaurante típico, donde nos sirvieron unos platos de pescado frito muy sabroso, acompañados de otras especialidades ecuatorianas, los cuales degustamos en medio de una animada conversación.
Al regresar a Quito fuimos también a hacer unas compritas a un centro comercial en la parte norte de la ciudad, y procuramos acostarnos temprano pues nuevamente nos organizaron un plan turístico para mañana antes del regreso a Costa Rica.
Sábado 18 de Agosto 1990:
Nos levantamos de madrugada para estar listos cuando nos recogieron amablemente Patricio y Vicky Gamboa, junto con su pequeña hija, para llevarnos a una distancia de un par de horas al pueblo de Otavalo, donde recorrimos un mercado indígena muy típico de la zona, y en el que pudimos comprar algunas cosas para llevarle a la familia. También pasamos a otro pueblo cercano donde se especializan en artículos de cuero, y terminamos almorzando en un restaurante muy sabroso en el campo, con una preciosa vista junto al lago San Pablo, lo que aproveché para tomar un par de fotos para el recuerdo.
Regresamos a Quito temprano en la tarde, ya que debían llevarnos a tiempo al aeropuerto para tomar mi vuelo a Costa Rica (Luis Diego se quedaría unos días más). Me despedí de ellos con muchísima gratitud por la maravillosa hospitalidad que nos prodigaron en este par de días que el Señor nos permitió compartir en verdadera hermandad. En el aeropuerto me encontré con los padres “Pancho” Ulloa, Víctor Hugo Munguía y Ovidio Burgos, quienes también retornaban a Costa Rica en mi mismo vuelo, y nos tomamos una fotografía de los cuatro viajeros unidos por esta experiencia de participar en el VIII Curso de Formadores Latinoamericanos (Víctor Hugo y “Villo” como alumnos, yo como profesor y Pancho como presidente de la OSLAM). También coincidimos en el aeropuerto con un matrimonio que participaba en el movimiento Testimonio, de nuestra Comunidad, Pedro y Pilar (él, médico, y ella, pianista), y nos saludamos afectuosamente. Yo me sentía tan cansado por la intensidad de actividades vividas en estos últimos días, que me puse unas anteojeras para dormitar durante el vuelo, algo que les pareció muy divertido a mis compañeros de viaje.
Al llegar a Costa Rica me esperaba en el aeropuerto María Helena, junto con mis hijos, Marcel, ya universitario, así como Claire Marie y Jean Gaston, aún niños pequeños de ocho y seis años de edad. Nos tomamos unas fotos en el momento del reencuentro y retornamos a nuestra casa para compartir entre nosotros los eventos acaecidos en esta semana memorable de mi primer viaje de curso impartido en el extranjero.